Teatro

“. Todas las personas y todas las cosas tienen historias que contar. A algunas de ellas se llega a través de gente como yo, que las relata para que no se olviden. Otras, en cambio… se viven”
Laura Gallego García, Donde los árboles cantan

viernes, 8 de junio de 2012

Sombría noche

          En la fría oscuridad del encierro, oía  los profundos gemidos que parecían salir de la sombra negra. Salvo por eso, el silencio penetraba por cada grieta y escondrijo de la habitación. La humedad se impregnaba hasta en los huesos, haciéndome temblar, mientras notaba el hedor a sangre mezclado con la humedad que emanaba de las paredes bañadas en verdín. 
          No encontré salida alguna, intenté relajarme pero el profundo silencio me desesperaba. Pronto el aire se fue agotando y mi respiración, debilitando. Sabía que el oxígeno no duraría, así que traté de administrarlo de la mejor manera posible para poder sobrevivir. Entré en pánico, no volvería a ver la luz jamás.  De pronto, de la sombra brotó un fuerte aullido y las pequeñas grietas se hicieron cada vez mayores, generando el derrumbe del cuarto.
           Sentí cómo los escombros bañaban mi cuerpo, mientras intentaba descubrir de qué parte de él emanaba ese dolor punzante.  Intenté movilizarme para evaluar el grado de los daños y noté los huesos de mi pierna rotos.
           Agudicé mis sentidos tratando de localizar los aullidos, pero la oscuridad nubló mi visión. Poco a poco los escombros comenzaron a moverse, una brisa húmeda y tajante me pasó de los pies a la cabeza, y una risa aguda y silenciosa me heló la sangre.
           La sombra se abalanzó sobre mí y yo intenté  escapar, pero no pude.  La rotura de mi extremidad me lo impidió. Ella deslizó sus dedos hasta aproximarse a mi cuello y lentamente, hincó sus garras sobre mi piel hasta hacerla sangrar. Traté de calmar mi pulso hasta el punto de casi hacerlo desaparecer. Pronto logré mi objetivo; la sombra se alejó dándome por muerta.
           Sin embargo,  empecé a considerar que la sombra podía tener razón, me estaba muriendo. Casi no podía respirar cuando unos fuertes brazos me levantaron del suelo brindándome calor humano. Cerré los ojos esperando despertar en un hospital rodeada de máquinas, pero desperté en mi habitación bañada de lo que creí que era sudor. Por reflejo toqué la zona de mi cuello donde segundos antes estaba la herida, al mirar mi mano pegué un grito ahogado.  Estaba bañada en sangre.